miércoles, 25 de agosto de 2010

The Pillowman



Son las once de la mañana. Afuera está un contrariado sol que calienta el frío aire de la bahía. El asiento ronronea como un gato asmático gracias a la enorme locomotora diesel. Me estaba mesciendo. Son las once de la mañana y me estaba mesciendo. Hace frío. La ventana del vagón está fria, pero el sol hace arder mi cara. Me estaba mesciendo sin saberlo. Quizás por eso las nauseas... No recomiendan leer en un vehículo que se mueve, ni siquiera a las once de la mañana. Pienso en eso para justificarme, pero dejando a un lado la vanidad sé que las nauseas se deben al Pillowman. Sé que el sudor de mi nuca se debe a la verguenza, ese calor húmedo que huele a moho. Asco. Nauseas. La agonía de los personajes que padecen esas pequeñas páginas malditas de Martin McDonagh.
Miro por la ventana, miro a mi esposa, miro el libro y río. Río porque la boca me sabe a vidrios rotos. Río porque aunque tenga que tragar la hiel que destila mi lengua, seguiré leyendo página tras página, esperando que el tren nunca llegue a su destino. No todavía. No hasta que acabe.
The Pillowman confronta dos poderosas fuerzas humanas: la piedad y la violencia. Una caravana de horrores. Katurian, un escritor de cuentos de horror con aires de fábulas infantiles, es detenido por la policía. Una serie de infanticidios se han producido copiando fielmente los detalles pintorescos de su producción literaria. Katurian es el principal sospechoso. Katurian tiene un hermano con retraso mental. Un hermano grande, de fuertes manos, un hermano ingenuo cuya imaginación fue amamantada desde niño por las historias de Katurian, una imaginación y un retraso y unas fuertes manos. La acción se recrea en un regímen totalitario, lo cual libera a las autoridades de las ataduras de los derechos humanos, esa excusa tan frecuente en los países democráticos que permite afortunadamente castrar esos impulsos humanos que persiguen la justicia.
La pieza cuestiona la responsabilidad del creador sobre su criatura, la ética del escritor, la extensión del mal, la libertad de expresión, el valor de lo creado por terrible que fuera. A lo largo de los relatos de Katurian y de la misma pieza, la piedad se muestra desnuda y sin halo, se muestra tan cercana al sadismo y a la soberbia. Como una modelo anoréxica y famélica que se ha despojado de todo atuendo. Un reino de lo brutal creado cono un paseo vertiginoso, (nada nuevo en McDonagh autor de The Beauty Queen of Leenane). Una experiencia que sacude los cimientos y pone a prueba los nevios. Morales confrontadas, imposturas, violencias y compasiones.
Una de las historias de Katurian se llama The Pillowman, y trata sobre un ente cuyo cuerpo está compuesto de almohadas. Esta criatura piadosa se acerca a las personas cuyas vidas son miserables. El pillowman lleva a los desgraciados de vuelta a la infancia, donde los ahoga, librándoles compasivamente de un futuro terrible. El Pillowman se percata de que su vida en sí es vergonzosa e insoportable, así que regresa a su propia infancia y acaba con su vida. Y con este acto de autocompasión condena irremediablemente a todos los niños que había matado en su vida a reexperimentar una existencia de sufrimiento y desesperación. Magistralmente, de las nueve historias de Katurian, es ésta la que más profundamente encierra el duende de este texto.

El tren llegó a su destino. Pude acabar el libro. Pero todavía eran las once de la mañana. Y siguieron siéndolas por varias horas más. Con la caída de la tarde pude alejarme de la historia, arrancarme los personajes como costras viejas y resecas. Pude salirme del infierno que se encerraba entre las tapas naranjas de ese cuadrenillo.

Martin McDonagh
THE PILLOWMAN
Faber and Faber. London, 2003.
pp. 104
ISBN-13: 978-0-571-22032-8

Género: Comedia negra.